Por John W. Stott
«No seáis como el caballo, ni como el mulo, sin entendimiento» (Sal 32.9);
en otras palabras: «No esperen que yo los guíe en la forma en que ustedes guían
a los caballos o a las mulas, porque ustedes no son ni lo uno ni lo otro.
Tienen entendimiento». Estaban dos mujeres conversando en el supermercado y una
le dijo a la otra: «¿Qué es lo que te pasa? Pareces muy preocupada». «Lo estoy,
me preocupa la situación en el mundo», contestó su amiga. «Tienes que tomar las
cosas más filosóficamente y dejar de pensar», respondió la primera mujer.
Curiosa idea esta de que para ser más filosóficos hay que dejar de pensar.
Sin embargo, estas dos mujeres estaban reflejando la forma de pensar del mundo
actual. El mundo moderno ha dado a luz a dos gemelos terribles: uno se llama
falta de inteligencia y el otro carencia de sentido. En contraste con esta
tendencia vemos lo que dice la Escritura: «Hermanos, no seáis niños en el modo
de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar» (1
Co. 14:20). Notemos que Pablo por un lado les prohibe que sean niños, y por
otro les manda que lo sean, pero en diferentes esferas. En lo que se refiere a la
malicia, les dice que deben ser tan inocentes como niños pequeños, pero en su
manera de pensar tienen que ser personas maduras.
La importancia de la mente
El uso correcto de nuestra mente produce tres beneficios. En primer lugar,
glorificar a nuestro Creador. Siendo nuestro Creador un Dios racional que nos
hizo seres racionales a su imagen y semejanza, y habiéndonos dado en la
naturaleza y en las Escrituras una revelación racional, espera que usemos
nuestra mente para estudiar su revelación. Al estudiar el universo y leer las
Escrituras estamos pensando los pensamientos de Dios como él quiere. Por esto,
un uso correcto de nuestra mente glorifica a nuestro Creador.
En segundo lugar, enriquece nuestra vida cristiana. No estoy hablando de la
educación, la cultura y el arte, que enriquecen la calidad de nuestra vida
humana; estoy hablando de nuestro discipulado cristiano. Ningún área del
discipulado es posible sin el uso de nuestra mente. Alabar es amar a Dios con
todo nuestro ser, incluso con nuestra mente. La fe es una confianza razonable y
otro ejemplo de la manera en que Dios nos guía.
En tercer lugar, fortalece nuestro testimonio evangelizador. Con frecuencia
nos preguntamos: ¿Por qué unos no aceptan a Jesucristo? Podríamos dar muchas
razones, pero hay una acerca de la cual no pensamos lo suficiente: ellos
perciben que nuestro evangelio es trivial, no les parece suficientemente amplio
como para relacionarse con la vida real. Tenemos que recordar cómo
evangelizaban los apóstoles, de qué forma razonaban con la gente, y que
basándose en las Escrituras muchos fueron persuadidos. De hecho, Pablo define
su ministerio diciendo: «Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a
los hombres» (2 Co 5.11). Utilizar argumentos en nuestra evangelización no es
incompatible con la fe en la obra del Espíritu. El Espíritu Santo no hace que
la gente llegue a Jesucristo a pesar de las evidencias, sino que atrae a las
personas a Cristo por medio de éstas, cuando Él abre sus mentes para que las
tengan en cuenta. Pablo puso su confianza en el poder del Espíritu Santo, pero
no por eso dejó de pensar y argumentar. El antiintelectualismo es algo negativo
y destructivo, insulta a nuestro Creador, empobrece nuestra vida cristiana y
debilita nuestro testimonio; el uso adecuado de la mente glorifica a Dios, nos
enriquece y fortalece nuestro testimonio en el mundo.
La mente cristiana
Empezaremos por definir el término. En primer lugar, se trata de la mente
de un cristiano. Nuestra mente ha sido manchada por la caída, también nuestras
emociones, nuestra voluntad, nuestra sexualidad. Pero cuando vamos a Jesucristo
nuestra mente comienza a ser renovada. El Espíritu Santo nos abre la mente para
que veamos cosas que nunca antes habíamos visto. Por lo tanto, la mente cristiana
no es una mente que está pensando sólo en asuntos religiosos, sino que es una
mente que está pensando aun hasta en las cosas más seculares ¡pero desde una
perspectiva cristiana! La mente cristiana busca la voluntad de Dios en el hogar
y en el trabajo, en nuestra comunidad, en cuestiones de ética social y de
política. Una mente cristiana es una forma de pensar, es una manera cristiana
de mirar todas las cosas, su perspectiva cristiana ha sido renovada por el
Espíritu Santo. Es una mente bíblica, porque está moldeada por presuposiciones
bíblicas.
Los fundamentos del pensar cristiano
1) La realidad de Dios
La mente cristiana reconoce a Dios como la realidad suprema dentro y más allá
de todo fenómeno. La realidad del Dios viviente y el hecho de que la Biblia se
centre en Dios son indispensables para la mente humana. La Biblia es un libro
hecho por Dios acerca de Él mismo. Hasta se podría decir que es la
autobiografía de Dios. Dios se revela a sí mismo a través de las Escrituras. Se
describe como Creador y Señor, como Redentor, Padre y Juez. Por lo tanto, la
mente cristiana es una mente centrada en Dios.
Permítanme ahora pensar en dos implicaciones de esta verdad. En primer
lugar el significado de la sabiduría. La sabiduría es un tema prominente en la
Biblia. Creo que todos quisiéramos tener la reputación de ser sabios. El
Antiguo Testamento contiene, además de la Ley y los profetas, una tercera
sección llamada de literatura sapiencial que consta de cinco libros: Job,
Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantares. El rey David y el rey Salomón
vivieron muchos, muchos años, con muchas, muchas concubinas y muchas, muchas
esposas; pero cuando llegaron a la vejez, con muchos remordimientos, el rey
Salomón escribió los Proverbios y el rey David los Salmos. Estos cinco libros
de sabiduría tratan los siguientes temas: ¿Qué significa ser un ser humano?
¿Cómo es que el sufrimiento, el mal y el amor forman parte de nuestra
humanidad? Eclesiastés, por ejemplo, es muy conocido por su estribillo
pesimista: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad» (1:2), o «sin sentido, sin
sentido, todo es sin sentido». Este libro demuestra lo absurda que es una vida
sin Dios. Es la falta de sentido de la vida humana que, por lo tanto, ignora la
realidad de Dios. Si la vida se reduce al pequeño período de 70 años, con todo
el sufrimiento y la injusticia que se obtiene, y si para todos termina de la
misma manera, entonces «sin sentido, sin sentido, todo es sin sentido». Sólo
Dios le puede dar sentido a la vida. Puede convertir la locura humana en
sabiduría. Sin Dios, no hay más que locura y futilidad. Ésta es la tragedia del
vacío espiritual del mundo hoy en día, y de ahí viene el rechazo del
secularismo por parte de la mente cristiana. El secularismo niega la realidad
de Dios y, por lo tanto, destruye la auténtica humanidad. No solamente destrona
a Dios, sino que también reduce el potencial del ser humano a menos de lo que
es su potencial. El ser humano sin Dios ya no es humano.
La segunda implicación de la realidad de Dios es la preeminencia de la
humanidad. La mente cristiana es una mente centrada en Dios y, por lo tanto,
también una mente humilde, debido al carácter teocéntrico de la Biblia. De
acuerdo a la Biblia, nada es tan vulgar como el orgullo y nada tan atractivo y
hermoso como la humildad que nos hace inclinarnos ante el Dios viviente y
recordar que Dios es Dios.
La historia de Nabucodonosor (Daniel 3–5) es una gran advertencia para
nosotros. Paseaba por el palacio real en Babilonia y hablaba consigo mismo:
«¿No es esta la gran Babilonia que yo he construido con mi poder y para la
gloria de mi majestad?» Notemos que él pedía para sí mismo el poder, el reino y
la gloria, exactamente la antítesis de la doxología; y no debe sorprendernos
que mientras estas palabras salían de sus labios, el juicio de Dios cayó sobre
él. Fue privado de su reino y echado del palacio. Vivió con los animales y
comió con ellos. Su cabello creció como las plumas de las águilas y sus uñas
como garras de aves. En otras palabras, enloqueció; y solamente cuando
reconoció que el Dios altísimo reinaba sobre los reinos de los seres humanos, y
elevó su mirada en adoración humilde frente a Dios, se le restituyeron su razón
y su reino. La moraleja es: a aquellos que andan con orgullo, Dios los humilla.
El orgullo y la locura van de la mano, y asimismo la humildad y la razón.
En ningún punto choca tan fuerte la mente cristiana con la mente secular
como en esta insistencia en la humildad. La mente secular desprecia la
humildad, las grandes religiones tampoco la recomiendan, y nuestra cultura está
dominada más de lo que pensamos por la filosofía del poder de Nietzsche, quien
escribió acerca del surgimiento de lo que él consideraba una raza que tuviese
el coraje de dominar, que fuese ruda, brava. De manera que su ideal era el
superhombre, mientras que el ideal de Jesús es el niño, y no hay posibilidad de
compromiso entre esos dos ideales. Tenemos que escoger.
La realidad de Dios le da a la mente cristiana su perspectiva primera y
esencial. La mente cristiana rehusa honrar cualquier cosa que deshonre a Dios.
Aprendamos a evaluarlo todo basándonos en este criterio: da gloria a Dios, o
toma de la gloria de Dios. Esta es la elección, y explica por qué la sabiduría
es el temor de Dios y por qué la humildad es la virtud más grande.
2) La paradoja del ser humano
¿Cómo responde la Biblia a su propia pregunta? ¿Qué es el hombre? ¿Qué significa
ser hombre? Enseña por un lado que el ser humano tiene una dignidad única como
criatura hecha a la imagen de Dios, pero por otro lado enseña que el ser humano
también tiene una depravación única como pecador que está bajo el juicio de
Dios. Su dignidad nos da esperanza, pero su depravación pone límites a nuestras
expectativas. Así que tenemos que mantener ambas juntas, y es aquí donde
encontramos la crítica cristiana a mucha de la filosofía política moderna. O
son demasiado ingenuas en su optimismo acerca del ser humano, o demasiado
negativas en su pesimismo. Solo la Biblia mantiene el equilibrio.
En primer lugar vamos a referirnos al optimismo de los humanistas. Es
verdad que se refieren al hombre como nada más que el resultado de un ciego
proceso de evolución pero, sin embargo, tienen una tremenda confianza en el
potencial de evolución que tiene el ser humano. Creen que el ser humano va a
poder tomar su historia en sus manos y hacer él mismo, y aun su propia
evolución. Esto es muy optimista y no toma en consideración el egoísmo torcido
de éste.
En segundo lugar, los existencialistas —que tienden a ir al extremo
opuesto— son gente llena de pesimismo y aun de desesperación, porque dicen que
no hay Dios, que no hay valores. Nada tiene sentido. Todo es absurdo. Esa
conclusión es lógica si niegan la existencia de Dios. El escritor
norteamericano Mark Twain, que era un humorista pesimista, dijo: «Si pudieras
hacer un cruce entre un gato y un hombre, mejorarías al hombre y empeorarías al
gato». Este pesimismo no toma en cuenta el amor, la belleza, la hermosura, el
heroísmo y el sacrificio propio que han adornado la historia humana. Tenemos
que evitar ambos extremos: el optimista y el pesimista.
La tercera opción es el realismo bíblico. De acuerdo a la Biblia el ser
humano es una extraña y sorprendente paradoja: es capaz de la más alta nobleza,
pero también de las crueldades más bajas. Puede comportarse como Dios, a cuya
imagen fue hecho, pero también puede comportarse como las bestias de las cuales
tenía que ser diferente. El hombre puede pensar, escoger, crear, amar, adorar;
pero también puede codiciar, pelear, odiar y matar. El ser humano es el que ha
inventado los hospitales donde se cuida a los enfermos, las universidades donde
se adquiere sabiduría y los templos donde se alaba a Dios; pero también ha
inventado cámaras de tortura, campos de concentración y bombas de hidrógeno. La
mente cristiana recuerda la paradoja del ser humano. Somos nobles pero
innobles, sabios pero tontos, racionales e irracionales, morales y al mismo
tiempo inmorales, y esto cada uno de nosotros los sabemos.
Vamos a aplicar esta paradoja del ser humano a una serie de situaciones. En
primer lugar veremos la cuestión de la autoestima. Todos conocemos la gran
importancia de la salud mental, de saber quiénes somos. Algunas personas tienen
un punto de vista muy exagerado con respecto a su importancia, son gente
orgullosa. Pero otros tienen una autoimagen muy baja, creen que no sirven para
nada, tienen paralizantes complejos de inferioridad que se acentúan muchas
veces debido a ciertas enseñanzas cristianas, y nunca ven la dignidad de ser un
ser humano creado a la imagen de Dios.
La imagen de nosotros mismos tiene su origen en el hecho de que hemos sido
creados a imagen de Dios.
Sin embargo, el ser humano también es producto de la caída, y es por eso
que Jesús nos llama tanto a la negación como a la afirmación de nosotros
mismos. Lo que somos se debe en parte a la creación y en parte a la caída. Hay
cosas que debo negar y repudiar, pero todo lo que soy por la creación y aun por
la redención en Cristo no lo niego, sino lo afirmo. Eso presupone la
comprensión de la doctrina bíblica del hombre.
Ahora pasemos a los procesos democráticos. Todos sabemos que la democracia
tiene como meta ser un gobierno del pueblo y para el pueblo; y cualquiera que
sea nuestro color político, la mayor parte de los cristianos la aprecian,
quieren estar al lado de la democracia, porque es la forma más segura de gobierno
jamás inventada y refleja la paradoja del ser humano. Toma seriamente la
creación, la dignidad de los seres humanos, ya que se rehusa gobernarlos sin su
consentimiento. Les da a los seres humanos participación en la toma de
decisiones. Trata a los seres humanos como adultos responsables. Por otra
parte, la democracia también toma en cuenta la caída, porque rehusa concentrar
el poder en las manos de unos pocos. La democracia reparte el poder y así
protege a los seres humanos de ellos mismos y de su locura. Esta es la forma en
que Reinhold Niebuhr lo resumió: «La capacidad del hombre para la justicia hace
que la democracia sea posible, pero la tendencia del hombre hacia la injusticia
hace que sea necesaria».
Concluyo refiriéndome al progreso social. ¿Es posible que haya progreso
social en el mundo de hoy? ¿Puede el mundo ser un lugar mejor? Algunas personas
tienen una tremenda confianza en la acción social. Sueñan con crear una utopía
y se olvidan del incorregible egoísmo del ser humano. Otras van al extremo
opuesto, son tan pesimistas que dicen que es imposible cambiar la sociedad y
que no vale la pena intentarlo, pero se olvidan de que los seres humanos aún
conservan algo de la imagen de Dios y que aun aquellos que no son regenerados
pueden tener una visión de una sociedad justa, pacífica. Casi todo ser humano,
regenerado o no regenerado, prefiere la paz a la guerra, la justicia a la
opresión y el orden al caos. Así que en cierta medida es posible el progreso
social. Creo que tiene un cierto grado de equilibrio afirmar lo siguiente: «Es
imposible perfeccionar la sociedad, pero es perfectamente posible mejorarla».
Veamos cómo Pablo nos recuerda la paradoja del ser humano: «Porque ellos
mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os
convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y
esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús,
quien nos libra de la ira venidera» (1 Ts. 1:9-10). Por un lado, el ser humano
debería convertirse a Dios y ponerse a su servicio y al del prójimo; en
consecuencia contará con la ayuda de la presencia y el poder de Dios para
cambiar y mejorar su mundo. Pero por otro lado, no logrará perfeccionar su
mundo, porque la maldad humana seguirá operando y será juzgada y eliminada por
el Señor Jesucristo en su venida. Así que, servimos al Dios viviente haciendo
buenas obras y procurando cambiar y mejorar la sociedad, mientras esperamos la
perfección y el juicio final que traerá Jesucristo en su venida.
En resumen, debemos recordar nuestro llamado como cristianos al
«doble-escuchar». Es decir, la mente cristiana estará atenta a la revelación de
Dios para tener una perspectiva realista y teocéntrica de la vida, y estará
atenta al mundo para poder actuar concretamente en la historia, haciendo el
bien y combatiendo el mal. Una mente cristiana no se ocupa solamente de Dios
sin reconocer e involucrarse en la realidad humana, no es escapista. Una mente
cristiana tampoco se fija solamente en el mundo de los seres humanos, ni trata
de interpretarlos y cambiarlos a partir de una perspectiva y recursos netamente
humanos. No es ni optimista sin fundamento, ni pesimista sin esperanza. La
mente cristiana tiene que escuchar a Dios y al mundo que la rodea.
Esta tarea de formar una mente cristiana que escucha a Dios y al mundo no
es tarea de cristianos solitarios. Es más bien una tarea que requiere de una
comunidad cristiana en conjunto. La Iglesia ha de ser, en la práctica, una
«comunidad hermenéutica». Parte de la tarea de la Iglesia es escuchar la
Palabra de Dios juntos para descubrir la mente de Dios, y la realidad actual
para entender lo que está sucediendo. Es en este «doble-escuchar» a la Palabra
y al mundo, y en compañía e interacción con otros miembros de la Iglesia de Dios,
que se va desarrollando una mente cristiana. Que Dios nos conceda gracia para
esforzarnos en pensar como cristianos.
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